Dicen los mayores que, con los años, el tiempo se convierte en lo más importante de esta vida. Los minutos, las horas del día, las noches y los meses del año que hemos estado despilfarrando se tornan irrecuperables. La vida se hace cara y la muerte, que ha ido tomando cuerpo ante nosotros y tiene ya rostro humano, puede salirnos, de repente, tras cualquier esquina y llevarnos con ella de un zarpazo. Aunque también puede hacerlo a un joven o a un niño.
Los escritores van en busca del tiempo perdido. Por desgraciada, lo más que consiguen son cuatro connotaciones literarias a lo Proust. De esta manera se reinventa el pasado. Reminiscencias, sentimientos de algo vivido y saboreado de antemano pero que no volverá nunca más. Son como pescadores de una época pasada e inventores de algo que murió sin remisión.
- Nada de cuanto ha pasado volverá –me advierten y aseguran quienes han vivido su pasado– y sólo quien no tiene el coraje de enfrentarse con un presente, o imaginación para adivinar un futuro, se refugia en el pasado de la historia.
Tal vez sea así, pero, aún sabiendo que la historia nunca se repite, ¡resulta tan tentador bañarse y sumergirse en sus aguas! Por eso siento la tentación y el placer de volver a hundirme en ellas, pensando que sigo siendo el mismo y que quizás sean ellas las que pasan...
(Mañana: “Paz es su nombre”)
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