miércoles, 10 de febrero de 2010

Citas y paradojas varias.


Con toda clase de detalles, le conté la visita a mi alumna, la hija de la propietaria del cuchitril en el que me alojaba, y, en el transcurso del relato, no dejó de sonreírse e interesarse por él. Me dijo que mis historias tenían vida propia, y me pasó un libro de Saint Exupery: “El Principito”.

- Seguro que esta historia –me dijo– te interesará.

- ¿La leíste tú? –le pregunté, sin darme cuenta de la improcedencia de la pregunta–. Perdona –corregí inmediatamente–. ¿La conoces?

- Perfectamente. Por eso te la recomiendo. Y te recuerdo la primera paradoja: Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve con el corazón.

En días sucesivos, me recordó otras citas y paradojas. La de los sentimientos: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, de Pascal; la de la improvisación: “La mejor improvisación es la adecuadamente preparada”; la de la ayuda: “Si deseas que alguien te haga un trabajo pídeselo a quien esté ocupado; el que está sin hacer nada te dirá que no tiene tiempo”; la del dinero: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre, que lo único que tenía era dinero”; la del tiempo, atribuida a Napoleón Bonaparte y que repetía a sus ayudantes: “Vístanme despacio que tengo prisa”; la del sentido, atribuida a Séneca: “No llega antes el que va más rápido sino el que sabe dónde va”; la de la sabiduría: “Quien sabe mucho, escucha; quien sabe poco, habla. Quien sabe mucho, pregunta; quien sabe poco, sentencia”; la de la generosidad: “Cuanto más damos, más recibimos”; la de lo cotidiano: “Lo más pequeño es lo más grande” o la del cariño: “Quien te quiere te hará sufrir”.

Toda una lección que esa mujercita ciega me dio. Más que enseñar a hablar en mi idioma, me está enseñando a pensar en el suyo.

(Mañana ¿Tu m’aimes un peu)

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