
Cuando mi amada duerme, se encienden las estrellas en el firmamento. Los astros vigilan su rítmico sueño y su despertar, acompañado de una pereza innata que la aproxima a la gracia natural de los animales, coincide con el momento en que sale el sol. Cierra y abre los ojos de gato lechoso, orientándose más por cualquiera de los otros sentidos que por los de la vista de la que carece. Encoge y estira su cuerpo. Me arrulla, cual paloma al borde de la cama. Y cuando se levanta, el nido que abandona es un mar caliente cuyas olas despiden su aroma y su olor inconfundibles. ¡Qué linda es mi niña con mi beso estampado sobre su frente perezosa!
(Mañana: “Sabor a ella”)
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