martes, 2 de febrero de 2010

Mi memoria, entre tinieblas.


A veces, una imagen atraviesa fugazmente mi memoria, desvelándome parte de mi pasado y descubriendo parcialmente las claves de mi existencia. Mas, cuando estoy a punto de descifrar el misterio, un nubarrón vuelve a ocultarme la claridad de la luz reveladora, y todo se vuelve confuso, como antes.

Poco a poco, voy cediendo ante el pesimismo que me envuelve. Pienso que es inútil seguir escribiendo. Que todo está ya escrito e inventado. Que las mismas palabras están comprometidas con los mercaderes del verbo. Que todo tiene un precio y que, cada mañana o cada noche, tras sondear el mercado, los cirujanos y especuladores del verbo hacen una autopsia a conciencia, dejando la palabra amortajada y embalsamada para que no raspe ni hiera los oídos. Pienso que existe una especulación verbal, y que toda expresión virgen termina por ser adulterada por los profesionales que se acuestan con ella o la prostituyen.

Pienso todo eso al deambular en metro bajo tierra y al pasar por las calles del barrio chino, no lejos del cual tuve la suerte de encontrar un tabuco. Pienso que no vale la pena seguir escribiendo lo que me sucede porque no tiene ninguna importancia para nadie, ni siquiera para mí mismo Y que no lograré, por más que lo intente, recobrar, a través de las páginas que llevo ya escritas, mi identidad perdida. Acaso sea más útil inclinarme cada noche en las páginas en blanco de mi cuaderno para adivinar en ellas mi futuro más que indagar mi pasado. Pienso que, cuando escribo, no es por una necesidad más imperiosa que cuando duermo, cuando respiro o cuando orino, liberándome de todas las toxinas introducidas en mi cuerpo. Pero presiento que, si dejo de escribir, dejaré también el hábito de pensar por mí mismo y puede que me abandone definitivamente a la corriente mimética de dejar que los otros piensen por mí.

Por eso sigo aferrado a la palabra escrita, a pesar de la aparente convicción de que ésta no sirva, por el momento, para nada. Posiblemente, nadie se ocupe del lenguaje hermético de un náufrago o de un meteco que no sabe de dónde viene ni a dónde va. Pero ¡quién sabe! Tal vez mañana, algún loco como yo se detenga a examinar esa botella lanzada a los mares con este mensaje, y se lance mar adentro para intentar encontrarme…

Mañana: Recopilación del Capítulo I. Meteco, enano feo y sin blanca.

2 comentarios:

  1. este meteco empieza a gustarme por lo menos me llena de curiosidad, haber en lo sucesivo si se pone las pilas y da un cambio en su vida, buena falta le hace, ese aprendiz de todo inexperto en lecciones de la vida, voy a seguir para ver los acontecimientos y con cuantas vicisitudes vas a topar , querido meteco

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  2. Gracias, Camelia, por tu respuesta. Es el primer mesaje recibido desde que decidí lanzar al mar esa botella repleta de menajes. Al principio, pensé que me había equivocado de medio, que mis gritos se habían ahogado por la marea del océano. Hasta que me encontré con este primer comentario. Gracias, de nuevo. Prometo no volver a creer en mi soledad. Y espero que no sea el último...
    El lunes próximo proseguiré mi camino.

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