jueves, 15 de abril de 2010

En busca del tiempo perdido.


Dicen los mayores que, con los años, el tiempo se convierte en lo más importante de esta vida. Los minutos, las horas del día, las noches y los meses del año que hemos estado despilfarrando se tornan irrecuperables. La vida se hace cara y la muerte, que ha ido tomando cuerpo ante nosotros y tiene ya rostro humano, puede salirnos, de repente, tras cualquier esquina y llevarnos con ella de un zarpazo. Aunque también puede hacerlo a un joven o a un niño.

Los escritores van en busca del tiempo perdido. Por desgraciada, lo más que consiguen son cuatro connotaciones literarias a lo Proust. De esta manera se reinventa el pasado. Reminiscencias, sentimientos de algo vivido y saboreado de antemano pero que no volverá nunca más. Son como pescadores de una época pasada e inventores de algo que murió sin remisión.

- Nada de cuanto ha pasado volverá –me advierten y aseguran quienes han vivido su pasado– y sólo quien no tiene el coraje de enfrentarse con un presente, o imaginación para adivinar un futuro, se refugia en el pasado de la historia.

Tal vez sea así, pero, aún sabiendo que la historia nunca se repite, ¡resulta tan tentador bañarse y sumergirse en sus aguas! Por eso siento la tentación y el placer de volver a hundirme en ellas, pensando que sigo siendo el mismo y que quizás sean ellas las que pasan...

(Mañana: “Paz es su nombre”)

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