lunes, 12 de abril de 2010

Páginas en blanco.


Me da cada vez más temor asomarme a este cuaderno. Nadie sabe lo que pienso pero lo que escribo, escrito está y, de caer en manos de críticos o grafólogos, puede ser interpretado de mil y una maneras. Me da miedo asomarme en su interior y he dejado pasar varios días antes de escribir otra hoja. ¡Resulta a veces tan difícil coger el pensamiento al vuelo y plasmarlo al desnudo en una página en blanco! Temo dejarme embaucar o encarcelar por mi escritura o no encontrar lo que tan ansiosamente busco. Me da miedo comprometerme con la letra. Prefiero dejar mis pensamientos sueltos. Volar sin el riesgo de ser observado y seguido por cazadores furtivos, censores e inquisidores que enseguida te convierten en su víctima preferida.

He llegado a la conclusión de que, en este mundo, en donde todo está manipulado, no hay cabida para el ingenuo que se dedica a escribir lo que piensa. Sé que, en el mercado de la palabra escrita, los tópicos y las repeticiones no valen nada. Hay que inventar y ser original. Sé que toda palabra tiene su precio, económico o moral. Y me da pánico dejarme llevar por esos valores convencionales, entrar en el juego de la gramática y el estilo, olvidarme que, detrás de ellas, hay un desesperado mensaje de náufrago. Temo perderme entre tanta floritura. Y encontrarme, al final de esta historia, conque ya no tengo nada que decir porque, por el camino, se me ha olvidado o alguien me ha arrebatado el mensaje. Por eso tengo, a veces, ganas de pararme en seco, dejando el resto de páginas en blanco. Y confieso que más de una vez estuve a punto de sucumbir a la tentación.

(Mañana: El vientre de mi amada)

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