miércoles, 7 de abril de 2010

Una amenaza constante.


A los literatos que logran distraer la atención de esta gran y única verdad trascendental, se les recompensa con una dote heredada por el descubridor de la dinamita. Ironías del destino. Y a los ciudadanos que denuncian la situación se les mira de reojo, tachándoles de jeremíacos. Desgraciadamente, todas las profecías de Jeremías se han ido cumpliendo al pie de la letra.

Entretanto, prevalece la lucha por el petróleo. Y las divergencias entre los países más ricos se fundamentan en el destino y dominio de los pozos petrolíferos. Los jefes de Gobierno pretenden abogar, con bellas palabras de esperanza, por una negociación. Pero los hechos desmienten sus intenciones. No faltan quienes buscan ante todo las soluciones diplomáticas, pero no descartan ninguna acción, incluida la militar. Los políticos no quieren hablar del pasado ni buscar otras soluciones que, según ellos, no existen. Pero haberlas, haylas. Y me pregunto por qué la solución, no perfecta pero justa, de eliminar en cinco años todas las armas de destrucción masiva, incluidas las de los países más poderosos, se ha considerado tanto tiempo como imposible.

En estas escaramuzas contradictorias, todo está supeditado a la lucha de intereses de las grandes potencias que sellan con sus armas cualquier divergencia y aumentan el pánico y el horror que constantemente nos amenaza Yo mismo, desde mi pequeñez e insignificancia, me siento paralizado por el miedo. Un miedo que me espanta y me induce hoy a hacer el amor con mi amada, sabiendo que la puedo fecundar. Un miedo que nos une en nuestra ceguera y pequeñez. ¡Contamos tan poco, por no decir, nada, en este mundo que se tambalea como un borracho al borde de un acantilado! Y, junto al temor al mañana y al momento en que vivimos, brota de nosotros un sentimiento de aprovechar al máximo lo que tenemos, que, por el momento, es lo único que nos salva frente a la amenaza constante de explosión nuclear.

(Mañana: El escalofrío)

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