viernes, 15 de enero de 2010

La llave perdida.


He caminado deprisa por la ciudad, al paso de los que no pueden perder su tiempo, convertido en oro. El mío no vale un pimiento y debo adaptarme al de ellos para no ser pisado. Así que corrí por calles y aceras como corren todos, contagiado por sus prisas congénitas. Por lo visto, me estoy poco a poco “civilizando”. Al llegar a mi portal, no he querido ralentizar la marcha y he subido volando los peldaños de mi escalera sin ascensor. Palpitaba mi corazón a trompicones y, al llegar al sobre-ático, latía fuertemente, como si quisiera saltar. Pero, en el ventanal, en donde suele morir el sol, justo delante de mi puerta, me he dado cuenta de que ésta permanecía cerrada.

He buscado las llaves en mis bolsillos pero ya hace varios días que los tengo agujereados de tanto hurgar en ellos. He mirado en la cerradura, pero la llave no estaba ahí. Así que, de nuevo, he bajado los peldaños de mi escalera, subiéndome en algunos intervalos a la barandilla y deslizándome tristemente por ella. Mi corazón me seguía, un piso y medio rezagado, mientras brotaban atropelladamente unas lágrimas por mis mejillas.

Apoyado contra la fachada, observé por un momento a la gente que seguía desplazándose deprisa. Todos parecían guardar en sus bolsillos las llaves de sus pisos, cerrados con doble vuelta. Uno de los vecinos del primer piso entró en mi portal y aproveché para preguntarle si había encontrado una llave. Me miró, extrañado por mi consulta, y me contestó con otra pregunta:

‑ ¿La llevaba usted encima cuando salió?
‑ Pues, no… La verdad es que nunca la llevo conmigo.
- ¡Ah! Es usted demasiado ingenuo… Porque ¿para qué sirve una puerta si está siempre abierta?

Le he contestado con una lacónica respuesta:

- Nunca pensé que me hiciera falta para nada.

Entonces, cambiando de cara y de actitud, se me ha acercado hasta tocar su nariz con la mía, y, escupiendo cada palabra sobre mi cara, me ha advertido, como quien da un último y definitivo consejo:

- En este país, mientras haya puertas, habrá llaves. No lo olvide, meteco insolente.

Luego, ha dado media vuelta y se ha alejado, pensando en que todos los metecos somos iguales.

(Continuará, la semana próxima con “Cara a cara con el viento”)

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