miércoles, 2 de junio de 2010

Bufón solitario.


Mi amada tiene tazón. ¿De qué me sirve seguir escribiendo? Es como gritar en el desierto o en pleno océano. Puedo lanzar contra el mar verdades como puños, puedo escribir secretos salvadores, pero si nadie los escucha ni recoge, si el huracán los deshace y esparce por doquier o el oleaje los hunde para siempre, ¿de qué sirve el esfuerzo? Y me siento, en este punto, como un bufón solitario que ha perdido a su señor, a su rey y a su corte. ¡Si, con lo que hoy sé, pudiera volver a mi pasado! ¡Si pudiera conjugar correctamente los símbolos de los nuevos tiempos y lanzarlos al aire! ¡O si, al menos, conociera las claves del presente y del futuro!

Quisiera saber pintar o dibujar, dominar los colores y las formas para proyectar una línea, una simple línea que pudiera tener más valor que mis palabras. O sacar de las combinaciones y matices el color que más se acerca en este momento a mi estado de ánimo.

Quisiera saber salmodiar con mi laúd algunas cánticas, como, siglos antes, llegara a entonarlas. Quisiera poder acariciar, con mis propias cuerdas vocales, una canción surgida en la noche de mi garganta, atenazada por un miedo indescriptible. Pero, a lo sumo, sólo puedo emitir sollozos incomprensibles o gritos desgarrados que despiertan y aterran a mi amada.

Quisiera saber hacer cualquier cosa con tal de liberarme de estas cadenas que me tienen sujeto a la palabra escrita. Quisiera saber dibujar gemidos y escribir los silencios dulces y llenos de vida de mi Paz cuando está calmada. Bosque verde que rebosa savia y vida, resina que brota de los troncos esbeltos, luz que atraviesa y colorea las ramas, como una flecha que llega a la meta... Esas son bellas palabras y no las que no dejan de acecharme.

(Mañana: “Infiel a la herencia profética”)

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