lunes, 28 de junio de 2010

El androide de corazón frío.


Después de la experiencia de mi viaje a otro planeta, me costó creer lo que tenía ante mis ojos aquella mañana de invierno en la Tierra. Era un día especialmente lluvioso que había aprovechado para hacer un breve viaje turístico a Ucrania, concretamente a Chernobyl. Guardado por un robot, el mausoleo de mil millones de dólares estaba rodeado de vallas, sin que nadie, excepto aquel androide de corazón frío, pudiera recorrerlos con total normalidad. En ellos había miles de casas vacías, comercios deshabitados, edificios abandonados, escuelas sin niños ni maestros. Todos habían huido repentinamente del lugar, sin tiempo para volver la mirada atrás, porque una lluvia radiactiva podía dejarlos a todos como a la mujer de Loth que, por querer ver el espectáculo de una Sodoma inundada en azufre, se había quedado petrificada.

En medio de aquel espacio vallado, sin vida propia, se divisaba un montón de cemento bajo el cual, varios años después de la catástrofe, todavía latía un corazón nuclear que filtraba su sangre venenosa a través de las arterias subterráneas. Era como una bestia abatida que seguía echando bufidos mortales en el aire contaminado. Todo lo cual presagiaba lo frágil que podía llegar a ser el progreso de lo que ellos llamaban el “mundo atómico”. Ningún mensaje para la posteridad. Sólo ese cartel que prohibía el paso a todo ser que preciara su vida y ese robot mecánico vigilando y advirtiendo sus presagios.

Lo tenía ante mí, a unos metros de distancia, y su imagen, obediente y comedida, inspiraba más compasión, por parte de los que lo estaban observando, que agresividad. Se le había programado para que intentara convencer a los que acudían hasta aquellas fronteras. Y, con voz monótona y metalizada hasta el aburrimiento, el androide comenzó, como cada mañana, su monólogo, siempre de la misma manera y en diferentes lenguas:

- Señores y señoras: el petróleo es cada vez más caro y escaso. En estos momentos, representa un 35 por ciento del consumo total mundial de energía y, antes de diez años, las reservas del mundo se habrán terminado; el carbón, un 34 por ciento; el gas, un 19 por ciento y la energía nuclear, un 4 por ciento. Señores y señoras: no se dejen llevar por sentimentalismos estúpidos y piensen con la cabeza. Sólo la energía atómica permite conservar encendidas las luces de la civilización técnica...

Asombraba oír hablar aquel robot sin conciencia ni escrúpulos, al igual que los que lo habían programado. Caían sus frías palabras como la lluvia persistente, sin que ni una de ellas se elevara por encima de las demás.

- Si no contamos con la ciencia –continuó, impertérrito, su mitin habitual–, en lugar de ir hacia delante caminaremos hacia atrás. Y no para volver a un paraíso, señores y señoras, sino al infierno de un planeta superpoblado, hambriento y dominado por tiranías, en donde desaparecerá todo vestigio de democracia occidental. Y nuestra civilización se extinguirá...

(Mañana: “El discurso del robot”)

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