martes, 22 de junio de 2010

La ley escrita en el universo.


Ignoro cómo, en el vientre de aquel cetáceo, surgí de los mares para elevarme con ellos hacia el firmamento, como antaño lo hiciera Elías en su carro y caballos de fuego. Pero estoy seguro de que no se equivocaban cuando me dijeron que, en mi planeta, el agotamiento de los recursos sería tan más rápido como mayor fuera la expansión técnica. Entonces no comprendí lo que querían decirme. Su lenguaje me pareció estar envuelto de una hermenéutica especial, como el lenguaje de los grandes profetas de mi tierra, cuyas profecías eran recitadas de memoria de boca en boca, y a los que el pueblo sólo comprendía una vez cumplidas sus palabras.

- Esta expansión –añadieron ante mí, que no salía de mi asombro ni lograba dar crédito a lo que apercibía– abrirá, en sus comienzos, la puerta de lo que el hombre creerá: la felicidad. Una felicidad que supondrá una hipo población. Pero, inevitablemente, a la expansión técnico- científica le seguirá el apocalipsis.

- Y vosotros –me atreví, entonces, a preguntarles– ¿cómo sabéis todo esto?

- Es una ley –me contestaron– escrita en el universo.

(Mañana: “El cadáver de Elías”)

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