viernes, 11 de junio de 2010

Dioses y hombres.


A través del tiempo y del espacio, habíamos volado hasta llegar a un planeta desconocido para mí. El lugar donde me hallaba era sencillo: dos piedras cúbicas servían de asiento en medio de una estancia. Sobre el muro, pinturas de animales y vegetales que desconocía y una del carro de fuego de Elías. El cadáver del profeta descansaba junto a otros tres en otra plataforma.

Tú serás –comprendí que me decían– nuestro testigo y confidente. Pero antes, tienes que contarnos de dónde vienes y qué hacías solo, en ese mar, a punto de perecer.

Entonces me sometieron a largos interrogatorios y a un examen minucioso de todo mi organismo. Les indiqué que, si querían estudiarme, no habían escogido el mejor prototipo, debido a que mi estatura era más baja que lo normal y mi cara había sido desfigurada por la lucha contra Abner. Ello no pareció molestarles. Al contrario, me seguían cada vez con más interés. Me explicaron que la tierra de conoce procedía era redonda y que rodaba alrededor del Sol, un viejo astro luminoso sobre el que gravitaban los planetas. Que el mar, de donde me habían recogido, cubría la mayor parte de la superficie terráquea. Y me dieron otras nociones de geografía que me costó comprender. Sobre todo cuando yo estaba convencido de que la tierra era el punto central del firmamento, rodeada del resto de astros.

Les conté con todo detalle mis peripecias personales. Les dije que había salido de mi isla, tras haber saltado los siete círculos concéntricos de las murallas. Que huía, perseguido por los míos, porque había dudado de la palabra de Yahvé y que, inspirados y movidos por el dios Prometeo, aquellos marinos griegos me habían arrojado a las aguas en las que aquel cetáceo volador me había engullido.

Al llegar a este punto, el que parecía mandar comenzó a dar pasos, con las manos en la espalda, alrededor de mi asiento cúbico. Parecía no entender muy bien el motivo de mi castigo por parte de aquella tripulación.

- Todo esto es muy absurdo –comentó, pensativo–. Vuestros dioses, hoy se comen a los hombres; mañana serán los hombres lo que se coman a sus dioses…

Luego, les pregunté por los suyos y me señalaron hacia arriba, mientras añadían:

- Es posible que alguno de nuestros antiguos dioses hayan emigrado a vuestro planeta, la Tierra…

El último de ellos se había exiliado en una nave hacia una galaxia desconocida. Desde entonces, el miedo había dejado de someterles. Incluso la inmortal diosa Muerte había dejado de dominarles

Extrañado por esas confidencias, me preguntaba cómo era posible que no temieran a la muerte. ¿Qué secreto pacto habían firmado con ella?

(Próximamente: "El regreso a la Tierra").

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