martes, 2 de marzo de 2010

El despertar.


Esta noche me parece que cada minuto nos acerca más el uno al otro. Cada segundo lleva angustias de relojes al borde de sus cuerdas, incapaces de seguir al empuje del buey‑tiempo que muge desde este lado de la eternidad. Sin poder esperar por más tiempo una ceremonia que huele a rutinaria y a burocrática, la he arrastrado de la mano y hemos subido hacia mi tabuco. Trepábamos borrachos de deseos y de una pasión tierna, hasta llegar a las cumbres de mi morada. Allí la he desnudado una vez más y me he dejado desnudar.

Teníamos fiebre en los labios y en sus ojos sin vida distinguí, en el reflejo de las luces que nos llegaban de la ciudad, su deseo de poseerme. Su cuerpo era un juguete frágil en mis manos arrugadas de niño grande. Y, al jugar con nuestros cuerpos, un instinto de bestia ha subido a borbotones por mi pecho, produciéndome escalofríos de placer. Brotó la pasión por todos nuestros sentidos y nuestros sexos terminaron por acoplarse, alcanzando el orgasmo esperado.

Luego, el sueño nos ha invadido y perdimos la noción del tiempo y del espacio. Cuando me desperté, ella estaba vestida, sentada en la silla junto a mi cama, como aquel día que vino con su madre a reclamarme el alquiler del sotabanco, varios meses impagado. Pero esta vez, la noche ya no era virgen.

(Mañana: A la luz de la luna)

1 comentario:

  1. La noche ya no era virgen, se rompió su velo
    y con ella envolvió los deseo de estos cuerpos
    este capitulo me ha gustado ¡menudas frases! dignas de poner la imaginación en semejante situación.
    He transportado esos grados de ternura,a ese tiempo... querido Santiago
    Un saludo.

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