martes, 18 de mayo de 2010

Abner, el guarda de la última muralla.


Abner, el último guarda de las siete murallas concéntricas, quien desconfiaba por principio del resto, nada más verme franquear el portal de la sexta, se rasgó sus vestiduras. Gracias al amanecer que despuntaba ya, Abner pudo observar mi rostro y, tan pronto como reconoció al profeta menor enmascarado de mercader saltarín, arremetió contra él con la furia del rayo, dispuesto a entablar una lucha a muerte. Abner no sólo se negaba a abrirme el último portal sino que quiso darme una lección. Pero, pese a mi debilidad manifiesta tras tanto esfuerzo, no consiguió que me rindiera. La dura pugna, en la que la punta de su maza rozó mi rostro, terminó en tablas, momento en que decidí utilizar de nuevo la astucia para conseguir mi objetivo.

Le hice creer que llevaba un mensaje especial para los hijos del siglo y que si deseaba conocerlo no tenía más que abrirme la puerta, que seguro que no se iba a arrepentir del acto. Intrigado por el contenido del mensaje, Abner decidió, al fin, ceder el paso. Una vez fuera del recinto, le grité, mientras me alejaba como el viento: “El mensaje es éste: no os fiéis ni de vuestra sombra, porque tiempos vendrán en que ésta ya no os seguirá a vosotros, sino al mejor postor”. En lugar de perseguirme, Abner se dedicó a descifrar aquel enigmático mensaje y tardó cierto tiempo en convencerse de que todo había sido una estratagema de un falso profeta cuya cara quedó, desde entonces, desfigurada por la reyerta.

(Mañana: La amenaza de tormenta)

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