martes, 11 de mayo de 2010

Mi infortunado destino.


Volví con otro aspecto, lejos de mi aire de profeta que antaño poseía, convirtiéndome en uno más entre la muchedumbre. Perdido entre ella y debido a mi escasa altura, cualquier podía pisarme o ningunearme. Desde entonces, no sólo no he vuelto a oír su voz sino que hasta me parece que, al menos para mí, Yahvé ha enmudecido para siempre y que su mismo nombre es una palabra vacía de contenido y un invento de sacerdotes y profetas.

Jamás he expuesto, por miedo, esta duda ante nadie. Al contrario, he seguido las costumbres y rituales del pueblo llano con el que me identifiqué, disfrazado de mercader. Reconozco que el hecho de haber concebido semejante vacilación, me hacía merecedor ante sus ojos de una lapidación. Pero, a fuer de sincero, el silencio de su palabra que, desde entonces padecí, me pareció un hecho harto sospechoso, o al menos una sutil venganza por parte de Yahvé o por parte de mi infortunado destino.
(Mañana: "Mi huida hacia adelante")

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