lunes, 31 de mayo de 2010

Descubriendo este mundo.

Poco a poco, fui descubriendo que el mundo era redondo y no alargado, cómo rodaba desde siempre alrededor del sol, no dando nunca la espalda con el resto de los astros, y cómo, desde el principio, en el interior de cada hembra preñada, todo era una eterna repetición.

Descubrí las verdaderas distancias –aquellas que separan al hombre viejo del nuevo– y las diversas formas verbales de comunicarme. Pero era evidente que el mundo, por mucho que hubiera avanzado, había perdido de vista su ombligo y no sólo ignoraba sino que retaba a Yahvé, habiéndolo sustituido por otros pequeños dioses, rutinarios y mezquinos. Para ellos, todos los caminos conducían a otros distintos que, a su vez, desembocaban en otros, algunos de los cuales había que evitar a toda costa porque llevaban directamente a la muerte. Pero todos terminan en el mar. Evidentemente, el molde del hombre, hecho de barro sin cocer, se había gastado. Algunos habían pretendido nacer sin ombligo y con el corazón debajo del brazo, dispuesto a arrojarlo a la menor disputa contra el contrincante. Y el progreso había quedado, con las guerras y las constantes disputas, en algún punto, estancado.

Intuí, al fin, que no había salido de un vértice de mi isla, de una arista, de un ángulo cerrado sobre sí mismo, sino de un punto perdido en el pasado al que volvería inexorablemente, empujado por las fuerzas desplegadas de los nuevos tiempos, y en el que no me instalaría definitivamente hasta que no hubiera cumplido mi misión, dejando el mensaje que se me había encomendado. Sólo entonces prescindiría de la simetría de las cosas y descubriría totalmente mi historia personal, en su triple vertiente del pasado, el presente y el futuro, todos ellos al alcance de la mano.

Carl Sagan, astrónomo y divulgador científico estadounidense, gestor del famoso mensaje enviado al espacio en las sondas Voyager, propuso a la NASA, en 1990, tomar una fotografía de nuestro planeta cuando la sonda Voyager se encontraba a 6.000 millones de kilómetros. En un primer momento, la Nasa no entendía qué sentido tendría fotografiar nuestro planeta desde un lugar tan lejano. La Voyager giró hacia la Tierra y tomó la imagen más lejana que hayamos visto de nuestro mundo. Carl Sagan la denominó “Ese pequeño punto azul pálido” e hizo el siguiente comentario:


(Mañana:"Naufragando")

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