martes, 25 de mayo de 2010

El cambio de mi isla.


Al regreso a mi isla, invadida por turistas que acuden a disfrutar de las calendas del estío –ahora llamadas veraneos–, he comprendido el cambio general operado. Para los dirigentes políticos, hablar de muerte y resurrección resulta una perogrullada. Pero, es la excusa para atraer a más turismo. Y si la gallina de los huevos de oro se muere, la sustituyen por otra, hasta que se agote la especie. Aquí, nada de lo que ocurre merece la pena ser tenido en cuenta mientras la gallina siga poniendo. Y cuando ésta falla, todo se tambalea. Con esta perspectiva, sigo caminando tras una identidad perdida que sostiene mi frágil esperanza.

Las manifestaciones vitales de este ser –sombra viviente de mi pasado–, que llora y se desgañita al ver que esa humanidad apenas ha mejorado sus sentimientos hacia el prójimo, se vuelven desesperantes. Una gata blanquinegra levanta un momento la cabeza para mirar, con sus pequeñas pupilas legañosas, la lámpara que arroja una tenue luz sobre lo que voy escribiendo incoherentemente, y se vuelve a dormir tocándose la cola con la boca. Su única preocupación es maullar cuando tiene hambre o ajuntarse con un macho cuando le aprieta el deseo, lo que le viene ocurriendo cada quince días.

Por su parte, Paz llora o ríe con la misma facilidad. Por el momento, es su forma de expresarse. A menudo se mira la mano o el puño cerrado, descubriendo poco a poco que es suyo y que puede abrirlo o volverlo a cerrar a su guisa. Responde con una sonrisa a las caricias que le hacemos y busca con sus ojos las figuras que se mueven en su entorno. Cuando comience a balbucir sus primeras palabras, tan llenas de sentido para ella e incompresibles para los demás, se adaptará al lenguaje puro y no tergiversado de los niños pero luego tendrá que adaptarse al complicado e interesado mundo de los adultos.
(Mañana: "Recordar el olvido")

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